Durante los años 30, Europa fue testigo de una curiosa tendencia en el mundo de la estética: los cosméticos que contenían elementos radioactivos. En una época en la que los peligros de la radiactividad eran prácticamente desconocidos, marcas como Tho-Radia lograron captar la atención de millones prometiendo soluciones milagrosas para los problemas de belleza.
Los franceses, siempre a la vanguardia en temas de cosméticos, lanzaron una crema que prometía reducir arrugas, eliminar grasa y dar firmeza a los músculos. Tho-Radia, que fusionaba tório y radio en su composición, se convirtió en un fenómeno. La radioactividad, en ese momento, era una fuente de energía que deslumbraba a todos, lo que permitió que los productos de belleza con tales ingredientes se vendieran como pan caliente.
La ciencia detrás de la locura
La historia de la radioactividad comenzó con el descubrimiento de Henri Becquerel en 1896, seguido por el trabajo de Marie y Pierre Curie, quienes obtuvieron el Nobel por sus investigaciones. Sin embargo, en los años 30, los conocimientos sobre los efectos nocivos de la exposición a la radiación eran limitados. Esto llevó a la creación de la microcurieterapia por el farmacéutico Alexandre Jaboin, quien creía que pequeñas dosis de radio podían revitalizar las células.
La marca Tho-Radia se registró en 1932, y al año siguiente ya contaba con una amplia gama de productos que incluían desde cremas y jabones hasta incluso preservativos. En su publicidad, se afirmaba que la energía de la radio ayudaba a mejorar la salud de la piel y que la belleza era ahora científica.
Pero la historia de estos productos no termina ahí. En Londres, otro cosmético llamado Radior también prometía resultados sorprendentes al incorporar radio en su fórmula. Anuncios de la época afirmaban que la energía radiante revitalizaba los tejidos, eliminando arrugas y fortaleciendo los músculos.
Mientras tanto, la marca Artes optó por utilizar radón, presentándolo como una alternativa más segura al radio, con el argumento de que no causaba efectos nocivos. Esto marcó un momento en que la cosmética se llenó de promesas extraordinarias, aunque sin bases científicas sólidas que las respaldaran.
A medida que avanzaba la década de 1930, la conciencia sobre los peligros de la radiación creció. En 1934, Marie Curie murió a causa de los efectos de la exposición prolongada a la radiactividad. Los productos de Tho-Radia comenzaron a perder popularidad, aunque la marca sobrevivió al retirar los elementos radioactivos de sus fórmulas.
Hoy en día, recordamos esta época con una mezcla de asombro y preocupación. ¿Cómo fue posible que la gente confiara en la radioactividad como un aliado para la belleza? La historia de los cosméticos radioactivos es un recordatorio de los límites del conocimiento humano y la eterna búsqueda de la juventud y la belleza.