Las vivencias traumáticas no solo afectan nuestra salud mental, sino que también pueden dejar una huella indeleble en nuestro ADN. Así lo establece un estudio innovador realizado por científicos de Estados Unidos y Jordania, quienes han observado cómo la exposición constante a la violencia puede activar o desactivar genes en nuestro material genético, y lo más sorprendente es que estas modificaciones pueden ser heredadas por las próximas generaciones.
El equipo de investigación analizó muestras de saliva de 131 refugiados sirios pertenecientes a 48 familias diferentes. De estas, la mitad había experimentado las devastadoras consecuencias de la guerra civil en Siria desde los años 80, mientras que la otra mitad no había estado expuesta a tales circunstancias. Esta comparación permitió a los científicos evaluar el impacto de la guerra no solo en la primera generación, sino también en las siguientes.
Un legado epigenético impactante
El estudio se centró en las mujeres embarazadas de la primera generación, quienes habían estado expuestas a un entorno bélico durante su gestación. Los resultados fueron sorprendentes: se identificaron 21 alteraciones epigenéticas vinculadas al trauma, de las cuales 14 fueron transmitidas a sus hijos. Esto sugiere que el trauma no es solo una experiencia personal, sino una carga que puede persistir a lo largo de las generaciones.
Este tipo de investigación abre un debate sobre cómo el trauma colectivo puede moldear la biología de una población. Si el estrés y la violencia pueden reconfigurar nuestro ADN, ¿qué significa esto para las futuras generaciones que no han vivido directamente esos eventos? Las implicaciones son enormes y nos invitan a reflexionar sobre el impacto del entorno en nuestra salud y en la de nuestros descendientes.