La mozzarella no tiene una vida sencilla, y es que, sufre las adversidades del frío. En la nevera, el ambiente es similar al de un desierto: a medida que bajamos la temperatura, la capacidad del aire para retener vapor de agua disminuye considerablemente. Para que te hagas una idea, un metro cuadrado de aire a 25 ºC puede contener hasta 23 gramos de H2O, mientras que a 5 ºC solo alberga 6.8 gramos.
Las piezas de queso más grandes tienen un volumen mayor en relación con su superficie expuesta, lo que les permite retener más humedad. En cambio, una rodaja de queso está casi completamente expuesta al aire, lo que provoca que se seque rápidamente. Pero esto no es todo; el queso también se ve afectado por la microbiota que habita en tu nevera, lo que puede provocar cambios en su textura y sabor.
Los secretos del queso en la nevera
Cuando el queso se encuentra en la nevera, no solo se enfrenta a la deshidratación. También está en contacto con moléculas de sabor y olor de otros alimentos, además de interactuar con el oxígeno, lo que puede modificar su sabor. En un mundo ideal, la mejor manera de protegerlo sería envasarlo al vacío, pero en la realidad hay alternativas más sencillas.
Joana Caldas, gerente de una fábrica de queso, recomienda envolver la mozzarella en plástico film. Este material reduce significativamente el contacto con el aire en comparación con un recipiente plástico. Lo mismo ocurre con quesos duros como el parmesano, que se benefician de vivir en la parte más fría de la nevera.
Por otro lado, los quesos con moho, como el brie o el gorgonzola, deben ser almacenados en papel aluminio o en papeles microporosos específicos que permiten que respiren sin perder su frescura. Estos materiales son fáciles de encontrar y pueden prolongar la vida útil de tus quesos favoritos.