En el siglo XIX, un producto inusual llegó a Estados Unidos gracias a trabajadores chinos que construían ferrocarriles: el aceite de serpiente. Utilizado en China como pomada para aliviar problemas articulares, como la artritis y la bursitis, este aceite no era solo un mito. Se extraía de verdaderas serpientes acuáticas y, sorprendentemente, era rico en omega-3, un componente con propiedades antiinflamatorias que podría explicar sus supuestos beneficios.
A pesar de sus propiedades, los aceites de serpiente auténticos eran una rareza. La mayoría de las versiones en el mercado estaban adulteradas, mezcladas con aceites de menor calidad y sustancias como el alcanfor y la capsaicina, que es la que da el picante a los chiles. Los vendedores de estos productos solían recorrer el medio oeste americano, presentando sus artículos con grandes espectáculos, haciéndose pasar por médicos y utilizando testimonios falsos para atraer a más incautos.
El auge de los charlatanes y la respuesta legislativa
En una época donde la medicina estaba en pañales, la comunidad médica no contaba con muchos tratamientos efectivos para enfermedades crónicas e infecciosas, lo que facilitaba el auge de estos medicamentos milagrosos. Muchos de ellos estaban compuestos por drogas como cocaína, morfina o alcohol, lo que creaba una ilusión de alivio inmediato.
Esta situación llevó, en 1906, a la creación de la Ley de Medicamentos y Alimentos Puros, una de las primeras leyes en proteger al consumidor en los Estados Unidos. Esta legislación obligaba a los farmacéuticos a declarar si sus productos contenían sustancias peligrosas o adictivas, y prohibía que se hicieran afirmaciones engañosas en las etiquetas.
A pesar de estas regulaciones, la picardía no cesó. Un caso emblemático fue el de Clark Stanley, conocido como el «Rey de la Cascabel». Su producto, el Clark Stanley’s Snake Oil Liniment, fue analizado en 1916 por el Bureau of Chemistry, el antecesor de la FDA, y se descubrió que no contenía aceite de serpiente real, sino principalmente aceite mineral y otros ingredientes sin valor terapéutico. Stanley fue multado y se retiró del negocio.
Con el tiempo, el término “aceite de serpiente” se convirtió en sinónimo de productos o ideas que carecen de valor real, y la expresión en inglés “snake oil salesman” se ha utilizado para describir a aquellos que venden engaños de manera agresiva.