En el siglo VI a.C., el noreste de la Península Ibérica era un escenario de divisiones territoriales y conflictos entre comunidades. Los hallazgos arqueológicos de este periodo muestran un territorio en transformación, con el surgimiento de asentamientos cada vez más fortificados y una rica importación de objetos del Mediterráneo. Sin embargo, entre estos vestigios de la historia, destacan algunos hallazgos inquietantes: cráneos perforados con clavos.
El primer cráneo de este tipo fue descubierto en 1904 en el sitio de Puig Castrllar. La práctica de clavar clavos en los cráneos se remonta a la Edad del Bronce, entre 2000 y 700 a.C., y se extendió hasta la Edad del Hierro. Lo más impactante es que la cicatrización de los cráneos sugiere que estas marcas se realizaron después de la muerte.
¿Trofeos de guerra o reliquias sagradas?
Los cráneos eran expuestos en diversas ubicaciones, como calles de las ciudades o en las afueras de las murallas. Esta peculiar práctica ha generado un intenso debate entre los arqueólogos: ¿se trataba de trofeos de guerra destinados a intimidar a los enemigos, o eran reliquias veneradas de miembros destacados de la comunidad? Las respuestas no son sencillas y se basan en fuentes orales y etnográficas difíciles de verificar.

Un nuevo estudio, publicado en el Journal of Archaeological Science, ha comenzado a desentrañar este misterio, revelando que el simbolismo detrás de los cráneos dañados variaba entre las diferentes comunidades ibéricas. Utilizando análisis bioarqueológicos y estudios isotópicos de estroncio en los restos de siete cráneos de dos sitios arqueológicos, los investigadores pudieron rastrear la geología de los alimentos consumidos por las personas en su infancia, lo que puede indicar su lugar de origen.
Esto llevó a los investigadores a plantear una hipótesis: si los cráneos eran trofeos de guerra, no deberían provenir de los sitios analizados, mientras que si eran individuos venerados, probablemente sí lo harían. Los resultados, sin embargo, mostraron una complejidad inesperada: algunos cráneos pertenecían a nativos, mientras que otros eran de forasteros. Esto sugiere que la práctica de decapitar cabezas tenía diferentes significados en cada lugar, lo que complica una interpretación uniforme.
El arqueólogo Rubén de la Fuente-Seoane, de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor principal del estudio, señala que estos resultados indican que la práctica de clavar clavos en los cráneos era aplicada de manera diversa, lo que podría descartar una expresión simbólica homogénea. Sin embargo, se requieren más investigaciones para llegar a conclusiones definitivas.
Además de arrojar luz sobre esta antigua práctica, el estudio ha sido pionero en establecer una referencia local en Cataluña, un paso crucial para la creación de un mapa biodisponible que podría ser útil en futuras investigaciones sobre la movilidad en la región.