Cuando cae la noche y el sol se esconde, muchos se preguntan por qué aún sentimos ese calorcito en el ambiente. La respuesta está en la forma en que nuestro planeta interactúa con la luz solar. Durante el día, la superficie terrestre y los océanos absorben la luz del sol, almacenando calor que, al caer la noche, se libera lentamente hacia la atmósfera en forma de radiación infrarroja.
Sin embargo, no toda esa energía logra escapar al espacio. Parte de ella queda atrapada en nuestra atmósfera gracias a los gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2) y el metano (CH4). Este fenómeno actúa como una especie de cúpula que mantiene el calor cerca de la superficie terrestre, evitando que las noches sean frías y gélidas.
El efecto invernadero y su papel en el clima
El efecto invernadero, en cantidades adecuadas, es crucial para la vida en nuestro planeta. Sin él, las temperaturas nocturnas podrían descender a niveles extremos, alcanzando hasta los -18 °C. En la actualidad, gracias a la polución, la temperatura media global ha aumentado a aproximadamente 15 °C, un incremento que continúa preocupando a los científicos.
El calor nocturno varía de un lugar a otro. Las ciudades costeras tienden a ser más cálidas por la capacidad del agua del mar para almacenar calor, mientras que en las arenas del desierto, el enfriamiento ocurre rápidamente, dando lugar a noches heladas. Además, un cielo nublado contribuye a mantener el calor, ya que actúa como un aislante que evita que la radiación infrarroja escape mientras dormimos.